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YO SÓLO QUIERO UN CAMIÓN PARA SER FELIZ

por Ibet Cázares

Así versa aquella canción que sonaba en los autoestéreos de la década de 1980. Hijos de la cultura pop, muchos artistas han hecho de camiones, microbuses o del metro el tema de sus creaciones, pero algunos también han hecho de estos “espacios de transición” su lugar de trabajo. Faquires, poetas, actores y hasta “grafiteros” convierten plazas, parques y mercados de la ciudad en foro o lienzo para los ojos menos distraídos; y los músicos urbanos, junto a merolicos de vendimia, interpretan diariamente la banda sonora de nuestra vida. Trabajar en la calle, recorrer la ciudad con la música por dentro y divertir a extraños; sin sueldo fijo, con el azar como principal socio: qué hay detrás del cantante del transporte colectivo, es una pregunta que pocos nos hacemos.
Durante la semana santa, como muchos capitalinos, me uní a la popular aventura de las vacaciones express. Partimos por la mañana, un vasto grupo de conocidos y desconocidos, todos a bordo de un microbús, con destino a uno de los socorridos balnearios cercanos a la ciudad. Durante el viaje, alegre, caluroso y cargado de expectativas de diversión, nos detuvimos a “secuestrar” en cierto crucero a un sorprendido joven-guitarra-al-hombro, quien canto al son de las peticiones a lo largo de algunas cuadras. Porque, por supuesto, a nuestro microbús turístico le hacía falta algo; su cantor con todo y “rola” del chiflidito. Y es que el músico urbano es un importante personaje, criatura imprescindible de la jungla azteca.
Era menester entrevistarme con alguien que conociera bien el oficio del artista callejero, pero que fuese también un músico comprometido con su trabajo y con la calidad de éste. Así es como Sigfrido Gamez me recibió en su pequeño estudio de grabación del centro de la ciudad. Sigfrido, quien estudió en la Escuela de Música Mexicana, toca vihuela, tololoche, el requinto y la jarana. Trabajó durante algunos años en camiones y vagones del metro, interpretando huapangos y sones. Como la mayoría de los músicos urbanos, decidió cantar en el transporte colectivo por el fácil acceso al público, que genera ingresos inmediatos (alrededor de 100 pesos por cada tres o cuatro horas de trabajo). Sigfrido eligió las líneas 3 y 5 del metro como sus principales escenarios y participó de la organización informal que los mismos músicos (de igual modo que los comerciantes) procuran, con el fin de que todos tengan oportunidad de realizar sus actuaciones sin conflictos. Esta organización consiste, por ejemplo, en hacer fila y respetar el turno, cubrir sólo algunas estaciones por línea, trabajar preferentemente en los últimos vagones, así como dejar un vagón vacío entre músico y músico para no coincidir.
Entretener en el trasporte tiene ventajas y riesgos; algunas de las ventajas consisten en el hecho de que el artista no tiene que esperar a conseguir un contrato, que cada mini-show callejero sirve como ensayo para presentaciones más formales, se goza de un contacto estrecho con la gente (distinto al que el músico tiene en una sala de conciertos), además de que enfrentarse a lo inesperado confiere experiencia y hasta “colmillo”, pues, como Sigfrido señala, “los estudios y recursos técnicos no te enseñan a vivir de tu trabajo”. También afirma, emocionado, que “tocar” en el transporte brinda la posibilidad de romper con lo cotidiano y alegrar a la gente, de provocar algo en los demás; y es muy satisfactorio verles dejar sus actividades para tararear, mover un pie o la cabeza, y saber que se van contentos. Los riesgos van desde el robo de sus instrumentos, los arrestos, desalojos u operativos en el metro (aunque existe flexibilidad), hasta el encontrarse con vendedores de droga.
Entre los músicos urbanos hay más hombres que mujeres y es por eso que “ellas” llaman más la atención, pero ¿de qué depende el éxito de un artista del trasporte? Del transporte en sí mismo, en primer lugar, de elegirlo correctamente. En el caso de los camiones y microbuses, es importante contar con el permiso del chofer, procurar que la unidad no vaya muy llena o vacía, que no sea muy antigua y esté en buenas condiciones; y es muy recomendable conocer las rutas y crear un circuito seguro. El repertorio también influye; siempre son bien recibidas las canciones populares, la música mexicana o el folklore andino; pero la originalidad y, sobre todo, la calidad interpretativa son primordiales. El músico urbano busca ser identificado, pues muchas veces consigue contratos por la impresión que produce en la calle, o aprovecha para distribuir sus discos y hasta reparte tarjetas personales; por eso debe cuidar su aspecto y crear un “personaje” agradable y reconocible.
Muchas historias podemos escuchar de quienes realizan una actividad artística en la calle y al pedirle a Sigfrido que me relatara su favorita, éste me cuenta sobre la vez en que tocó para unos peregrinos que se dirigían a La Villa un 12 de diciembre, una canción nahuatl dedicada a la virgen (Xochipitzahua, pieza ceremonial conocida como “son costumbre”); al escuchar la canción, conmovido, uno de los peregrinos persignó su última moneda y se la ofreció.
También le pido a Sigfrido que mencione lo que considera que le hace falta al transporte colectivo para hacer más provechosa, interesante o cómoda su labor, pero él asegura que el transporte ya posee esa magia.

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